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En ese tiempo suele hacerse campaña para remediar la pena de los que en la Nochebuena están solos. Particu– larmente de los viejecillos. A ellos quiero mandar mi compañía y felicitación. Para ellos escribo carta. A voso– tros viejecillos solitarios os traigo esta carta para deciros que Dios ha nacido. Y no abandona a nadie. Escuchad: -"Viejecillo/a, seguramente que hace mucho tiem– po que no recibes una carta. Tal vez, no tuviste hijos o no te casaste o se murieron o andan, por ahí, muy atareados. Lo cierto es que pasan y pasan los meses y los años y no recibes una carta, ni una tarjeta postal, ni una noticia. Y yo sé cuánto lo deseas, desde tu pobreza o desde la resi– dencia a donde te llevaron cuando te decían: "Vas a estar muy bien atendido''. Sí, pero te dejaron el corazón solo... Se te alegrarían las entrañas y te bailaría el corazón -que no te ha envejecido- si un día de estos el cartero te gritara desde el rellano de la escalera: - "Señora, carta para usted". - "¿Para mi? ¿Quién se puede acordar de mi?" Y bajarías despacio a media escalera repitiéndote: -"¿Quién será?". Yo me he acordado de vosotros. Hoy es Nochebuena, y seguramente muchos estaréis solos con las horas de me– dianoche iguales, como siempre. Los de al lado, tal vez, digan: - "¿Qué harán la viejecita, los viejecitos? ¿Estarán solos?". Mientras ellos inundan la mesa de una liturgia de vino y comidas. 374

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