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reproducción de Nuestra Señora, llamada "Inmaculada de la manzana". Una escultura policromada del siglo XV que se guarda en el museo del Monasterio de Silos, en Burgos. Es una Virgen sonriente, de ojos vivos, con una manzana en la mano derecha y el Niño en el brazo iz– quierdo. Muchas noches antes de dormir -casi todas- me que– do mirando la cara graciosilla de esta imagen de María... ¡Y la manzana! Y recuerdo otras muchas reproducciones de la Virgen en que es pródiga la pintura, la escultura reli– giosa, la iconografía en general. Existen, por ejemplo, "La Virgen del lirio" en las manos, flor que simboliza su pureza. "La Virgen con el pajarito" entre sus dedos, en el que algunos intérpretes ven el alma del pecador que vuela a refugiarse en los bra– zos de María. "La Virgen con la granada", esa fruta ro– ja, abierta y chorreante, símbolo del amor a todos los hombres. "La Virgen del limón", en el que alguien ve un símbolo de incorruptibilidad. "La Virgen con la pera" en la mano, que en la creencia folklórica medieval esa fruta significaba la fecundidad, la Virgen es madre de Dios. "La Virgen de la piña" sin más sentido que el que res– ponde a costumbres locales... "La Virgen del racimo". Muy común, y de fácil interpretación: Cristo fue el raci– mo pisado en el lagar de su pasión con cuya sangre nos re– dimió. Pero la Virgen de la cabecera de mi cama es "La Vir– gen de la manzana". Seguramente aquella fruta, que la tradición vincula al relato que el Libro del Génesis hace del pecado de Adán y Eva en el paraíso, y que los artistas han colocado en las manos de la Virgen María para indi– car que en ella ese fruto de mal ha perdido ya su carácter dramático. Esa misma manzana en las imágenes clásicas de la Inmaculada la muerde la serpiente, mientras María aplasta su cabeza. 353
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