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Si ustedes son observadores verán lo poco expresivos que somos, la mayoría de las veces, en las reuniones de amistad, e incluso, en ese momento de la misa en que el sacerdote dice: "Daos la paz". Hay quienes ni siquiera sacan la mano, impertérritos como columnas para no gas– tar ni un céntimo de emoción o de humanidad. Sin duda Cristo besó muchas veces. Se deduce de muchos pasajes evangélicos. Era costumbre frecuente en– tre los judíos. Cristo fue besado por Judas, por María Magdalena. Y hasta leemos un pasaje en que Jesús se querella amablemente por la falta de delicadeza de un hombre que no le saludó con el beso de la paz al entrar en su casa. Simón el fariseo le había invitado a comer. "No me has dado, Simón, el beso de saludo. Y esta mujer -se refería a una .pecadora- no ha dejado de besarme los pies". Afortunadamente estamos rehabilitando y dando · color, en nuestro modo de ser religiosos, a una serie de pequeñas cosas que se iban desvaneciendo. El Papa Juan Pablo II, conocedor entrañable del hombre, ha seguido fomentando modos humanos y descartando ritos muer– tos. Una fe rígida se convierte en sistema; una fe vivida y expresada, se convierte en vida... En un acto religioso a alguien le podrá parecer baladí no estrechar una mano tendida o no dar un beso, pero quien no hace uso de estas expresiones del corazón no sabe la íntima bondad que en– cierran. La bondad es lo que más acerca a los hombres, y des– cubrir la fórmula exacta de traducir a los demás esta bon– dad era para Cristo el primer paso de la redención. "Con Jesús -dice San Pablo- apareció la benignidad y la huma– nidad de Dios sobre la tierra": El saludo, la cortesía, el perdón, el beso. Ricas y hermosas humanidades que los hombres hemos desaprovechado tanto. Y así se nos ha dormido el amor en el corazón... 345
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