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129 Las buenas noticias. La gente está deseosa de buenas noticias. Y yo, que soy gente, también. Y usted. Y, sin embargo, los teledia– rios dan muy pocas noticias agradables. No recuerdo cual ha sido la última, calculen ustedes. Como si los redacto– res de noticias de los medios de comunicación hubieran olvidado: que el sol sale, que la resurrección está ocu– rriendo a cada instante en el ancho mundo, y que los hombres hacen cosas buenas. Ayer me comentaba un amigo que vive muy cerca de donde el malvado J. R. y su familia tienen el rancho Southfork, que advertía que nuestra televisión ofrece una seriedad desconcertante; que está intoxicada de política, y que los presentadores aparecen en la pantalla con un ri– gor de gestos que presagian el paquete de noticias angus– tiosas que nos van a encajar. "Parece -afirmaba- que por aquí no se han percatado de la importancia que en la vida del hogar, donde la tele es invitada de honor, tiene la ale– gría y la buena noticia". Por algo Dios llamó a su Evan– gelio "Buena noticia". "Si, como dicen, la desgracia es una vejez prematu– ra", (Chateaubriand), la televisión está envejecida o lo está el pobre mundo que, al parecer, no produce más que partos malaventurados. Cosa que no creo. Porque la tie– rra no es tan maldita como para que en ella los hombres no jueguen también a cosas bellas y hermosas. A la vida de cada uno me remito. Cierto que a nadie le salen todas las cosas bien. Tampoco todas las cosas mal. Y que es más noticia que un niño nazca, que el que un niño muera. 340
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