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tristeza y la preocupación? En los ojos de todos había luz. Al día siguiente pasé otra vez por la misma calle. Ya no estaban. Y con pena los eché de menos. ¡Ojalá se ha– yan llevado con ellos, -pensé- tras los sones de su flauta, los malos deseos, las angustias colectivas que roen sin darnos cuenta las alegrías de la ciudad. Aprovechemos cualquier ocasión para ser un poco más felices y comunicativos. Sólo se trata de ir por la vida con los oídos y los ojos atentos. Jesús nos recuerda en el Evangelio de San Mateo, lo que en su tiempo cantaban los chavales en la plaza: "Os hemos tocado la flauta / y no habéis bailado". Leo en un curioso suelto de prensa, que los aragone– ses afirman que la música hace mejor la calidad del vino. No sólo del vino, sino del espíritu... Y amansa las fieras. Y "compone los ánimos alterados", dice Cervantes. Y, "es la esencia del orden, y eleva el alma a lo bueno, justo y bello", escribe Platón. En la Biblia se conservan bellísimos cantos, expre– sión de los más variados estados de ánimo del hombre: cantos de alabanza, de humildad, de agradecimiento. Y se enumeran muchos instrumentos de música. Y los músi– cos y los cantores tenían un puesto importante en la socie– dad: alegraban las fiestas, las romerías, acompañaban los funerales y solemnizaban el culto. Los salmos invitan re– petidamente: "Tocad, cantad... ". Cuántas pequeñas gracias se nos escapan. Hemos de volver a la música, como diálogo entre los hombres y con Dios. No importa dónde, en 'fa calle, en el templo... , en casa. O tararear en el corazón. San Pablo invita: "Can– tad, y salmodiad en vuestro corazón, dando gracias conti– nuamente y por todo a Dios Padre". (Ef. 5, 15). Es decir: Llenad de música el corazón y la vida. 329
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