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El ansioso es aquel o aquella que no ha entendido las palabras del Evangelio cuando dice: "Le basta a cada día su propia preocupación". Cien objetivos a la vez llaman su atención y quiere alargar su espíritu y no llega y desfa– llece en un marathón de prisas sin sentido. Padece una es– pecie de locura que hoy le hace envidiar el coche y el piso del amigo y mañana trepida por escalar dos puestos en la empresa donde trabaja, o lo sueña. Lo cierto es que no goza tranquilamente de nada. Evidentemente se han desencadenado en la sociedad una serie de fuerzas: la ambición, el lujo, la competencia, el deseo de tener cosas, a cuya tentación muchos sucum– ben, y arrastran al poderoso a poseer siempre lo último, y a muchos, a hambrear lo que no pueden. Estas fuerzas manejadas hábilmente por la publicidad han creado el ti– po "ansioso", cuyo número aumenta cada día más en una sociedad donde la prisa por tener produce enferme– dad de la congoja, de la fatiga, como si el alma se adelga– zase y estirase para lamer lo que puede alcanzar, priván– dose así de gozar del pequeño o gran bienestar de lo que ya se posee... Es el perro que se lanza al agua soltando la presa que lleva en la boca para arrebatar la de su propia sombra. La Biblia alecciona con esta prudente máxima, que evita to– do desquiciamiento y paranoia: "No te prives del bien del día y no dejes pasar la parte de gozo que te toca". El "an– sioso" ha perdido el gozo de la paz del espíritu, y no es feliz con nada de cuanto posee. Poco podrá hacer el si– quiatra o el confesor por restablecer la tranquilidad a quienes han convertido su vida en una verdadera agonía. Si la vida empuja hay que saberla detener: "el mañana tiene su propia angustia. Le basta a cada día su propia preocupación". (Mat. 6,34). 323

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