BCCCAP00000000000000000000396

étlegrías ni las penas se sorben a solas. Estrechar una ma– no, recibir un abrazo, aceptar la intimidad de un beso, significa mucho en la sicología humana... Admitir a una persona como amiga, aun siendo importuna -quién no lo es-, y valorarla siempre por lo mejor que tiene, es un sig– no de fidelidad. La razón de amistad es la más fuerte de las razones que podemos aducir, cuando pedimos a alguien un favor. Esta norma vale también para con Dios: si practicamos con El intimidad, podemos suplicarle confiadamente, aduciendo razones de amistad. Creamos amistad, si en la conversac1on tranquila transparentamos un corazón generoso, si practicamos el juego emocionante de la conversación coloquial, si vamos al otro -Dios u hombre- desde el interés de su propia vida -al estilo de Jesús- y no desde nuestros intereses; si respe– tamos la intimidad de los demás... Porque la amistad es "como un anillo, ni tan apreta– do que lastime, ni tan holgado que no se ajuste, con ries– go de perderse". (Baltasar Gracián). El lubricante de la amistad es la libertad con que se practica el juego de la in– timidad entre dos. Dios respeta al hombre a quien hizo li– bre para dar el amor. Y si acepta su amor, baja hasta él para llamarlo "amigo". Es fácil hacer conocidos. No es tan fácil hacer ami– gos. Merece la pena dedicar tiempo a esta tarea. Baltasar Gracián llama al amigo verdadero "raro prodigio". Y cuenta que se echó a andar por el mundo preguntando por un amigo verdadero. Encontró muchos de mesa, co– che, diversión, vinos y paseo... , después de la invitación, muy "contados". Dice San Pablo que por Jesús, Dios vino a hacerse "amigo de los hombres". (Tit. 3,4). Los que creen no ne– cesitar amistad, son los que se pierden.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz