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tantes que probar "un nuevo modelo de coche". El con– sumismo imperante ha hecho a la persona más sugestio– nable y fácil a la tentación de adquirir cuanto le entra por los ojos y los oídos. Y así asocia la idea de felicidad hu– mana a lo que se le brinda, sin pensar en una posible -o real- desfiguración de la verdad. Y ahí está el truco de muchas frases publicitarias que se repiten y se repiten hasta lograr que la persona no se detenga a pensar, a recapacitar, y acepte sin más, como paraíso y felicidad, un "colchón", "una crema", una be– bida o "un coche". El único slogan absolutamente verdadero que he leí– do en vallas publicitarias a sido este: "Jesús es el único Salvador del mundo". Y Jesús nos estimuló a publicar, a "hacer publicidad", de su mensaje de salvación y felici– dad: "Decid a los hombres desde las azoteas, lo que os he comunicado en privado". Y Jesús nos comunicó muchas cosas "por las que hemos de ser capaces de molestar– nos": el amor al prójimo, la familia, la fe en Dios, la per– fección humana y espiritual, la liberación del mal, la atención al necesitado, la paz, la justicia. El mundo anda tan escaso de estos productos del es– píritu que más de uno cree encontrarlos en un tubo de dentífrico. A lo mejor, porque nadie les ha dicho así, cara a cara, y tan sugestivamente como cuando se anuncia un producto de consumo, que "Jesús es el camino, la verdad y la vida que conduce a la verdadera y definitiva felici– dad". Porque la sustancia de la fe es una cosa, y el cómo se presenta otra. D. José María Pemán, cristiano y poeta se quejaba: "Qué pena que los hombres del mundo y los poetas hablemos tan maravillosamente del amor huma– no, y los cristianos tan pobremente del amor divino". Es decir, de eso "por lo que merece la pena molestarse". 311
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