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A mí me entró una pena anorme. Ellos vendían su habilidad por unos cuantos cruzados. Era una "habili– dad", sin escuela, sin cultura, casi zoológica, resignada, tal vez, ya prostituida; ingenuidad y picaresca juntas, que usted, parecidas, encuentra diariamente en nuestras gran– des ciudades al salir al trabajo. Estos niños son como los suyos, niños. Son aquellos del Evangelio a quienes se dirigió Jesús: "Dejad que se acerquen a mi". Parte de los hombres del futuro son es– tos pequeños andrajosos que pululan por las calles. Y a mí me asustan los niños pedigüeños, me asustan porque como dice Vicente Alexandre en versos durísimos: "el ni– ño (este niño) comprende al hombre que va a ser. / Si mi– rásemos hondamente a los ojos del niño, / en su rostro... , veríamos, allí, quieto, ligado, silencioso, lefhombre que después va a estallar, / al rostro duro, espeso y oscuro / que con mirada de desesperación nos contempla". Niño pobre. Su pobreza, está más pegada a su piel que nuestras teorías sociales. Pordiosermo de la calle, -cientos y cientos- que buscan una dádiva ruin o generosa del transeúnte. Infancia abandonada, muestrario de mi– seria de una sociedad que llamamos "progresista". Hoy alguien os va a mirar con más cariño, porque se ha dado cuenta que la "única mesa del Señor que tenéis" es la li– mosna. Y no debería ser así. 309

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