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109 Terapia del silencio. Es muy fácil caer en la despreocupación, la indife– rencia y la superficialidad. A la larga, esto trae el vacío de la persona. Entonces muchos creen remediar este hastío de la vida, ajetreándose externamente. Pero de nada les sirve. El hombre tiene que dar espacio y tiempo a su mun– do interior. Aprender a hacer silencio. Buscar la "lucidez del corazón". Dejar hablar a su conciencia, descargar de contenidos mentales ruidosos su cabeza. Es Dios quien funda en el hombre los tiempos de si– lencio, de palabra y de trabajo, para que el hombre en– cuentre su propia armonía síquica y biológica, se encuen– tre a sí mismo, ¡se pregunte quién es! El hombre moderno sabe que está agredido por el ruido, asediado por un entorno estruendoso. Y es difícil saber si porque él mismo busca el estrépito para no en– frentarse consigo mismo o porque ya no sabe hallar la paz ni en el rinconcito de su corazón. Ante tanto portazo externo, la meditación y el silen– qio es la auténtica terapia. Jesús llamó a sus discípulos y les invitó: -"Vamos a un lugar tranquilo". "Cuando oréis cerrad la puerta de vuestra habitación". Ponía de relieve así, no sólo la necesidad del ~iálogo con Dios, que eso es orar, sino que manifestaba el valor terapéutico y de equilibrio que juega en el bien-estar físico y espiritual del 299

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