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se llamaba "pobrecillo de Asís". Algunas almas van ha– cia otras corno si se conocieran de siempre. La historia de Clara de Asís es tan sugestiva corno un romance. Cuentan las viejas. crónicas que una noche de Pascua, en cita concertada y al claro de luna, se escapó por la puerta trasera del palacio de su padre, el rico caba– llero, Favarone Offreduccio. Nadie se enteró ni los perros ladraron. San Francisco y sus frailes la estaban esperando con antorchas encendidas en la capilla de Santa María de los Angeles, situada en el valle... Allí, San Francisco le cortó los cabellos y con un pardo sayo borró las formas de la hermosa joven. Todo fue corno una novela de amor, pero un amor lleno de Dios; porque así comenzó la Orden de las Clari– sas, llamadas "Las Damas Pobres". Santa Clara con sus hijas completó, en el sentido más profundo y generoso. el ideal de pobreza, alegría y humildad de Francisco. A esta santa, "más clara que la luz", "Clara de la Claridad" como la llama el historiador Daniel Rops, le ha tocado en suerte un patronazgo difícil: Pío _XII la pro– clamó "Patrona de la Televisión", hace 30 años, por un hecho singular acaecido en su vida. Estando enferrna el día de Navidad, las rústicas paredes de su habitación se transformaron milagrosamente en gigantesca pantalla y pudo contemplar y escuchar desde su lecho la misa de Nochebuena que en Santa María de los Angeles cantaba el pueblo. Fue una función televisada para ella sola, la prehis– toria a lo divino de lo que el hombre haría siglos más tar– de con la técnica. Hoy en la pantalla vernos y escucha– rnos: ahí queda la palabra dicha y gesticulada, resonante y contemplada. Pero no siempre tan limpia. 298
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