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107 Las cataratas de lguazú. He tenido la suerte de visitar hace poco las "Catara– tas de Jguazú ", en Brasil y Argentina, esas cataratas que muchos de ustedes han contemplado en la película "La Misión", por la que el séptimo arte ha rehabilitado a los jesuitas y ha aumentado el turismo en aquella zona privi– legiada. Cuando vi las cataratas de Iguazú en la pantalla me parecieron maravillosas y me asombraron; pero allí, en Iguazú, a pocos metros de distancia del precipicio, me han parecido sobrecogedoras. ¡Esta es la palabra! Ver caer aquel inabarcable grosor de agua y escuchar el ruido indescriptible, como de mil tambores, que hace al precipi– tarse es sobrecogedor. Volví sólo varias veces por llenar los ojos de admiración. Saqué algunas fotografías, pero la cámara no capta la emoción y el arrobo del espíritu. Regresé silencioso por la cinta asfaltada, entre la sel– va y leí a mitad del camino, lo que alguien ha dejado gra– bado en una roca: "El Señor en las alturas es más pode– roso que el estruendo de las muchas aguas, que las recias olas del mar. El poder de Dios es tan grande que siempre tiene un camino y una ayuda para ti". Los aborígenes de estas tierras colocan la sede de los espíritus en lo alto de los cerros, en el corazón de la selva y en las fuentes de los ríos. "El Espíritu de Dios -dice el primer versículo del Génesis- aleteaba sobre las aguas". 295
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