BCCCAP00000000000000000000396

las distancias, cuando medía el camino a uña de caballo, para él era el mundo más pequeño. El turismo moderno ha colocado al hombre frente a la anchurosa cara de Dios que es el mundo creado. Y esto ya es un bien, una gracia extraordinaria, que puede convertirse en una tentación, -y para muchos lo es- la de echar a correr alocadamente, perder el contacto directo con el plural universo de lo be– llo... Así -con prisas- no se percibe el pálpito de las cosas ni se le abren los párpados con sabiduría. El turismo como curiosidad, como lectura del gran libro del universo, requiere un ritmo pausado. Hay que ir renovando a cada paso un asunto de amor: Y cada ser lo refleja. Hoy quiero desmentir al poeta León Felipe que dice: "Pasar por todo una vez, I una vez sólo y ligero, / ligero, siempre ligero... ". No. Con velocidad se acumu– lan demasiadas realidades. "Ver, -dice el viejo filósofo Aristóteles-, es curiosear, extraer la gota simbólica de lo que percibimos: naturaleza, arte, sonidos". Santo Tomás habla de "curiosear" como fuente de la sabiduría, apacentar los sentidos en la razón de lo que se ve. Ver pasar tránsfugas las ciudades, los trozos de natu– raleza a cientos de kilómetros por hora tras los cristales del coche, sin contemplar, sin poder acariciar con los ojos ni la epidermis de los seres, es un pecado de desconsidera– ción a los mismos seres. Recuerdo que hace años en ciertas pistas de Vau un rótulo daba a los automovilistas franceses este consejo: ''Despacio, admirad: este paisaje lleva !afirma de Dios''. 294

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz