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El abuelo Bill lloró de alegría y comentó: - "Hoy en día cuesta creer que haya gente tan bue- na". Las enfermeras de los hospitales cuentan que en ve– rano son muchos los ancianos a_quienes sus hijos hospita– lizan, para liberarse de ellos durante las vacaciones. Uno de los problemas de nuestras relaciones de convivencia son los ancianos a quienes se les ha desplazado por obra y desgracia de un engranaje social que pretende únicamente aprovecharse de la fuerza joven. Este engranaje, falsa– mente montado, va anulando el concepto básico de la convivencia y de la relación familiar sobre las cuales se fundamenta la sociedad de la que el anciano es parte im– portante. El Dr. Marc Baranowski, profesor de la universidad norteamericana de Maine, ha declarado en una importan– te conferencia: "En casa nos faltan los abuelos. Los abuelos imprimen confianza y arraigo familiar a los ni– ños". Algunos sociólogos por el contrario preven para iniciado el año 2000, como destino final de la ancianidad, los hogares sociales extrafamiliares. ¡Sería una desgracia! El abuelo es el que originó la familia y de esa familia ha de formar parte, conviviendo con cariño en su sitio. El anciano no estorba más que el niño que llora, que el jo– venzuelo que se rebela o que el padre de familia que súbi– tamente se aira. El anciano es de la casa, no del asilo, ni del rincón. Así lo entendió Susan Kilbride, que adoptando al an– ciano Bill ha dado un abuelo m:ás a sus hijos. 292
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