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Era el cuadro ae "Saturno comiendo a su hijo", del pintor Rubens. Me costó mucho hacerle comprender la leyenda mitológica de Saturno que se comía a sus hijos nada más nacer, pues temía que le usurparan el poder. - "Pero los padres no comen a los hijos -contestó-. Es mentira. Aunque en la tele he oído que hay madres que matan a sus hijos antes de nacer o que los torturan; que es casi igual que comerlos, ¿verdad?". Aquel comentario de una niña de nueve años, me de– jó pensativo todo el día. Y me acordé de. una frase satura– da de bondad y crueldad, a la vez, del académico de la Lengua, dibujante, humorista y escritor, Mingote: - "Tengo que esforzarme muchas veces, para no regalar mi lápiz y echarme a llorar". A mí me pasa lo mismo. Soy vitalista por naturaleza y salen de mis cálculos humanos las "sinrazones" de los abortistas. Ninguna me vale, porque "amo la vida", por– que "me entusiasma la vida", la de una flor, la de un ni– ño, la de un cachorro, la de todo lo que se mueve; porque gozo las más pequeñas cosas de la vida... Y es para horro– rizar la frialdad de un proceso quirúrgico encaminado a eliminar una vida en desarrollo, tras la oscura decisión de una madre. La vocación humana es una vocación a la vida. Es un pecado evitar que brote. "Sólo un decidido sí a la Je -acaba de decir Juan Pa– blo II- nos pondrá en condición de mantener un igual de– cidido sí a la vida en todas sus jormas y aspectos... La vo– cación cristiana es una vocación a la vida que resulta ven– cedora de cualquier otra cultura de muerte". 289

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