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entonces ya nada es nuestro, ya nada vincula a la persona con otro ser. Ha llegado la soledad síquica y la vida no se mantiene. Falta amor, porque el amor vive de la gratui– dad mutua, del afecto que damos y nos dan. No entro en el análisis sicológico de si el suicidio lle– ga como efecto de un corto-circuito mental y por consi– guiente no es responsable. Me interesa más que nos pre– guntemos cuál es la causa que anida en la fecundación de este gesto sin sentido... Se ha escrito y se seguirá escribiendo que nuestra so– ciedad no sabe "humanizar al hombre" y parece que to– davía estamos muy lejos de sopesar la gravedad de esta afirmación. Imagínense qué puede ocurrir en la mente de una persona que se pregunta: "¿ Y qué hago yo en un mundo sin amor, sin esperanza, en un mundo frío y des– humanizado?". La pregunta es de un detonante sicológi– co destructor... Un dicho vulgar afirma que "nadie muere la víspera". En cierto sentido esto es falso. El suicida ha muerto la víspera. Comenzó a morir cuando encontró fo– fa y sin sentido la vida, cuando se reconoció desligado de lazos afectivos. Lo demás, los barbitúricos, el salto en el vacío, sólo son una consecuencia trágica. El humanismo evangélico que Cristo trajo al mundo basa su fuerza vital y existencial en la fe en los hombres y en un Dios vivo. Y tenemos que repartirnos mutuamente esta fe, estas razones para vivir y para esperar... Y son muchos los hilillos que trenzan la cuerda de la vida: afecto, compañía, familia, trabajo, fe. Sin ellos, la soledad y el vacío. - "Dime, amigo, que soy importante para ti", es mucho más que una frase. 284

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