BCCCAP00000000000000000000396

construir familia, hogar, en el sentido más rico de la pala– bra, si los que en ella habitan no se relacionan, no se quie– ren. Se puede, por el contrario, vivir bajo la bóveda del cielo, como tribu errante, y formar familia floreciente por el amor. Así se debe entender la expresión de San Juan: "El Verbo se hizo hombre y plantó tienda entre no– sotros". Vino a convivir, a entremezclar sangre, vida y amor. A configurar su Iglesia, su familia, con todo lo que el hombre es, conocimientos, creencias, actitudes, com– portamientos. Y a poner el fuego del afecto en el hogar. Cuando Jesús dice: "Las zorras tienen madriguera y las aves del cielo nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza... ", se refería, sin duda, a la tre– menda soledad de la cruz, cuando le cercenaron los vín– culos humanos y en su rededor no sintió calor afectivo, si– no distanciamiento; porque hasta la cueva de Belén se convirtió por unas cuantas noches en la más hermosa casa llena de amor. En sentido bíblico la casa, la familia, es el nido, la herencia, el medio favorable del hombre, la fuerza de la fe, el afecto. Y aunque Dios no se restringe a ningún lugar se habla también de "casa de Dios", que es la Iglesia, he– cha de piedras "vivas". San Pablo escribe que "Cristo di– rige la casa que somos nosotros, si mantenemos la gozosa satisfacción de la esperanza... ". (Heb. 3,6), que no so– mos extraños, ni forasteros, sino invitados a ser de ''casa''. El grito de Juan Pablo II a los católicos no practican– tes: "Volved. La Iglesia os abre los brazos. ¡ Volved a ca– sa!", es la expresión más estimulante que se puede dirigir a quienes se fueron porque se cansaron de ser buenos, o dejaron de sentir en su conciencia las razones vitales de su existencia, o quisieron experimentarse a sí mismos lejos de Dios o luchan por desembarazarse de la maraña de fi– losofías que, al fin, no esclarecen la vida... 273

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz