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Y le da una peseta que se la pide a su madre. - "Gracias, Marcos, adiós". - "¿ Te gusta la pese-tita?", le dijo en cierta ocasión el niño al mendigo. - "No, Marcos, te equivocas. Lo que me gusta es tu compañía". El amor desde lo pequeño. Caridad no es dar, sino darse con amor. Así de sencillamente. Lo mismo que ser pobre evangélicamente no consiste en no tener cosas, sino en no "tenerse". El amor es el que juega la baza más im– portante a la hora de valorar las acciones humanas. Poco vale una teoría cristiana, si no va respaldada por una acti– tud vital, verdaderamente operativa. Es donde toma valor la peseta del niño y el pequeño óbolo de la viuda del Evangelio. Era una mujer pobre, muy pobre, viuda. Todos los domingos subía al templo para rezar al Padre-Dios. Un día Jesús, que también estaba en el templo, quiso observar a las gentes que entraban y se colocó muy cerca de la puerta. Como siempre unos entraban muy solem– nes, otros distraídos, otros ensimismados o hablando. Pero no era esto lo que Jesús quería curiosear, quería constatar cómo eran de espléndidos o roñosos los creyen– tes. Y se colocó muy cerca del cepillo, una hucha grande donde los hombres y mujeres que salían o entraban en la casa de Dios depositaban sus limosnas. Jesús no quitaba ojo a nadie. Ni a uno solo de los que pasaban. Los ricos metían la mano en sus bolsas, sa– caban un puñado de monedas y las echaban con ruido en la alcancía; otros -ricos también- echaban poco. Pasó uno, se detuvo, sacó veinte monedas de oro y... , bueno, Jesús seguía observando. Sucedió que detrás de él, lapo– brecita viuda entró en el templo, rebuscó en sus bolsillos y 265
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