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La vida hay que derramarla hacia afuera, el amor es difusivo de sí mismo. Y existen personas que no quieren salir de sí mismas. No crean nada, no se renuevan. ¡Enve– jecen! Cuenta la fábula que el Creador convocó a una asamblea a los animales. Asistieron todos menos el cara– col que pensó: "Donde mejor se está es en casa". Dios le castigó desde entonces a tener el corazón frío y a llevarse la casa a cuestas. Hay personas que están a gusto con su hígado, con sus rutinas, con su fe triste, no quieren hablar de renova– ción, ni de nuevas formas de expresión, ni de Vaticano II. La frase decepcionante es esta: "Yo ya estoy de vuelta". Son como el agua que se estancó y que refleja siempre el mismo paisaje y las mismas tapias grises. Cuando el cora– zón no se emociona cada día se para la vida, se va amorti– guando el color de la existencia. La Biblia habla de los "pensamientos del corazón" y lo considera la fuente mis– ma de la personalidad, de la santidad y sede de las deci– siones. La inquietud del· corazón consigue encontrar a Dios: "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón es– tá inquieto hasta descansar en TJ", dijo San Agustín. "Corazón viejo" no es cuestión de muchos o pocos años. Es cuestión de ilusión, de fe y de sentimientos. La ilusión pone al hombre a la expectativa. La fe entra en nosotros si dejamos abierta el alma. El sentimiento nos calienta. Es entonces el corazón el que coordina, vive y empuja la vida. No hay cosa peor que sembrar desalien– tos. Para evitar este tremendo mal, Dios nos manda diri– girle esta oración: - "Dame, Señor, un corazón nuevo". 260

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