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Quien se ha asombrado así, una vez por todas, con el proyecto de Jesús, con su vida y su mensaje es un hombre religioso, y contempla el mundo y al hombre de una for– ma distinta de aquel que no se ha en·contrado todavía con El. Da la casualidad de que al Jesús del Evangelio, por su dramática cercanía, no se le puede relegar -corno algu– nos quisieran- al nicho de una divinidad lejana o a un Dios meramente metafísico y etéreo. Se le ve pegado a nosotros, metido en los entresijos y conflictos de la sico– logía y de la historia humanas. Y desde ahí proyecta la doctrina de su Reino, enseña a mirar el mundo, a valorar al hombre, a relacionarse con Dios. Quien se "asombró" en el encuentro con Jesús, que es el cristiano, no coincide en su concepción del mundo, de la realidad, con el que no lo es. Y este es el drama que persigue a quien no cree en Jesús corno Dios: que no le puede, por mucho que se empeñe, alejar de los hombres, de él mismo, una vez que ha tenido noticia de su vida. Y este también es el asombro y la maravilla. Y por eso siem– pre habrá dos teorías, dos filosofías, dos interpretaciones distintas de la vida y del cosmos. Jesús tornó parte activa y definió su actitud y nos di– jo cómo se miran las cosas, cómo se debe vivir. Apenas habló de sí mismo. Habló de Dios corno Padre cariñoso con verdadera pasión·y del Reino corno noticia de salva– ción. Y desde esta visión de la Paternidad de Dios nos di– jo que éramos hermanos. Que el mundo es la casa de to– dos y que hasta las cosas deben ser consideradas con emo– ción por ser criaturas de Dios. No me digan ustedes que esto no es "asombroso". Es la clave para acertar a colocar las dos piezas que dan la hora al mundo: El alma y el amor. 256
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