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ponderaba en su corazón". Ponderar, pesar op1mones ideas y palabras. Sólo cinco minutos al día en los que puedas decir: "soy yo", "pienso yo", "me encuentro dentro de mí mismo", "nadie me empuja, delibero, deci– do, oro por un acto íntimo de mi voluntad, de mi amor... ". Sería el momento de darnos cuenta de la canti– dad de bagatelas que tendríamos que tirar por la ventana del alma. La vida que no se funda en tiempos de silencio y en tiempos de palabras es una vida loca. El retiro, el silencio como acto personal, es al espíritu c;lel hombre, lo que el sueño al cuerpo: repara, tonifica, equilibra... En unos minutos de silencio volvemos sobre nuestro interior o so– bre la idea o palabra escuchadas, y en la meditación lapa– labra vida se ilumina. Cuentan que San Antonio predicó a los peces y a las ranas de una charca; poco después pasó por allí un caba– llero y les preguntó qué les había dicho el santo. Los pe– ces guardaron silencio. Pero las ranas, todas a una, co– menzaron a croar. ¡Todo lo que el santo les había dicho era: "crooac, crooac!". Jesús afirma en la parábola del sembrador que lapa– labra se acoge y se comprende. Antes de la comprensión existe una acogida confiada y dócil en el silencio del alma. San Pablo dice: "que el silencio envolvía la revelación del misterio de Dios hasta que se hizo palabra". (Rom. 16,25). En la sociedad actual existe el peligro del vaciamien– to interno porque el hombre va perdiendo el misterio de su intimidad. Se lo ha robado el diablo charlatán, aquel a quien Jesús le dijo: "CALLATE". 254
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