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mujeres purificadas por el ayuno, llegadas hasta las coli– nas de la Umbría italiana, 27 de octubre en Asís, pa– tria de San Francisco, son un acento gigante dirigido a Dios para que ablande los ánimos de los que matan y odian. El hecho -me resisto a decir la palabra espectáculo- represen– ta a una humanidad cansada, horrorizada ya de tanta sangre fraterna vertida, del dolor de tantos hermanos tor– turados. -Orar. Matar. La paz. La guerra. Una parte de la humanidad, creyente, prósternada y ora,nte... Otra parte de la hum_anidá.d corriendo a la caza y muerte del hom– bre. Una de las dos cosas es sustancialmente absurda e irracional: ¡LA GUERRA! Entonces, ¿por qué? Juan Pablo U pidió a los políti– cos y militares para ese día que "apoyen las súplicas de to– das las fuerzas religiosas del mundo'', ''porque la violen– cia no tiene la primera -ni la última- palabra en las rela– ciones humanas". La voz del pobrecillo Francisco resue– na viva en Asís: '~Deseo conservar la paz con todos mis hermanos", decía. Pero cuando éstos no quieren la paz, "la guerra les enseñará lo que no han querido aprender con la paz". Es el triste infortunio que está soportando la humanidad irreconciliada. No es una utopía el magnánimo deseo de que el 27 de octubre de cada año callen las armas en el mundo, mien– tras rezan los creyentes llegados de los cuatro puntos car– dinales a Asís ... Es un desafío en la bondad a "quienes buscan y esperan objetivos mediante métodos terroristas u otras formas de violencia". Es un gesto fantástico. El mismo del Santo Poverello: "Dios me reveló este saludo: EL SEÑOR OS DE PAZ". 242

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