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seo. Que miren a los otros, -constantes espejos de alegría y tristeza, de proyectos, desasosiegos, esperanzas, sueños-. Que me digan algo de la amistad, de la paz, de la familia, de la felicidad, de la concordia, del trabajo... Y que alarguen su.mirada al cielo, al sol, al mar, a las mon– tañas, a los árboles, a las creaciones de arte, es decir, más allá de los frágiles muros de los propios egoísmos, del cer– co ardiente de sus concupiscencias, del espeso zarzal de sus distracciones... ...Y después me digan si no hay en todo como una resonancia divina, como una huella de Dios sobre la tie– rra y en su mismo corazón. Todo menos liarse en discu– siones, siempre ilógicas. "¿ Y el dolor y la muerte?". Preguntan enseguida. Ante estas realidades cede toda filosofia y no se encuentra otra explicación que el misterio. No intento nunca con– vencer. Es nada más una conversación sencilla, casi inge– nua, un recorrido con los ojos abiertos, una enumeración de bulto sobre las cosas, los hombres, las ideas, los senti– mientos... y una invitación a interrogarse... Normalmente cuando se dice que "no se cree", Dios está dentro de la persona, apenas oculto por una leve nie– bla. Entonces resulta ridículo hasta intentar ofrecer argu– mentos científicos para probar... ¿para probar qué? Bas– ta el calor de una serena conversación para que quien nos escucha comience a inquirir. .. a preguntarse. ¡ Que no es poco! 238
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