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79 Arenillas sin peso. Cuando una persona cualquiera, convencida y hu– milde como el suelo, nos habla equilibrada y tranquila, se le pregunta inapelablemente: "¿Pero tú estás seguro de lo que dices?". Quien venda un gramo de seguridad a nuestro mun– do, es decir, la persona que se presente con humilde fir– meza, con honesta fiabilidad, se la recibe como excepcio– nal. Se admira y se admite a quien afirma sin dogmatis– mos y valora todas las cosas sencillas de la vida. ¡ Hay tantos vendedores de sólo palabras, de opinio– nes... , tantos voceadores de teorías, que uno se pregunta dónde hay un hombre sencillamente seguro de sí mismo! También a la hora de hablar de Dios, de las verdades cristianas, del mensaje evangélico, son bastantes los que se han contagiado de retórica. En vez de verdades limpias y estables, las ofrecen desdibujadas, diluidas en fraseolo– gía esponjosa... ¡El hombre de hoy pide seguridad! Quien dijo miedo, dijo verdad. Huimos de la inseguridad porque nos asusta y esta inseguridad la encontramos en nosotros mismos. Por naturaleza el ser humano es "vaci– lón" (del verbo "vacilar": moverse, estar poco firme, temblar). Por eso Dios puso según la Biblia, esta frase tranquilizadora en nuestros labios: "Tú, Señor, eres mi roca, mi sostén, asentamiento, firmeza". Hoy, y por encima de discusiones humanas, parece– res, criterios y suposiciones, apunta, amigo, como inmu- 231

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