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te "cosas" y va cambiando y educando en la pedagogía de la fe. Opino que las parábolas de Jesús estaban desti– nadas, no sólo a instruir, sino a suscitar en los discípulos curiosidad, una petición de aclaración para llegar a la comprensión del tema, según la capacidad y acogida de los oyentes. Jesús-Maestro sabía despertar expectación. Cual– quier profesor, cualquier maestro, es ante todo un revela– dor, induce progresivamente a los alumnos a conocerle a él -en su bondad- antes de ofrecer datos científicos y fe– nómenos de la realidad. El itinerario. mental de un buen profesor se encamina a trasmitir con la ciencia, la bon– dad, el bien, la honradez ética y la vida serena... Al estilo de los grandes buscadores de ideas, debe verter generosi- dad en una relación franca con los alumnos. · Lo que él sabe, lo que él ha contemplado, lo que él ve, el recado que trae de los misterios, de los hechos de la historia, la sapiencia de la palabra ha de ofrecerlos, ofre– ciéndose él antes en la cordialidad y mutua relación. Hoy nada se regala. Se requiere esfuerzo personal para crear alumnos abiertos, con curiosidad científica y con capaci– dad de sorpresa y admiración. No sé por culpa de quién, pero el ritmo de nuestras aulas no es el que estoy describiendo, la relación maestro– alumno se ha deteriorado y existe una rebaja generalizada de estima mutua. Por eso se estflejos de la antigua máxi– ma romana: "No aprendemos para la escuela, sino para la vida". El profesor ha de identificarse con una misión pedagógica. Sabe lo que es cultura. Y ésta no se consigue rebajando cotas y estímulos, sino dando la mano para tratar de elevar el nivel de la persona. Cultura es supera– ción. Esto ocurre si el discípulo quiere y el profesor vale y se entrega. Nuestra académica de la Lengua, Carmen Conde, tiene sobre esto las ideas muy claras: "No haga– mos una raza de enanos, sino de gigantes, y así nos que– daremos en la estatura media". 227

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