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naje de Luigi Pirandelo: "No deseo, porque tengo; no es– pero, porque lo que tengo me basta: tengo salud, el cora– zón en paz y la mente serena". Si todos estamos llamados a la santidad, el ser santo no puede ser una notable excepción. Un escritor italiano, Pi'ero Bargellini escribió un libro titulado, muy acertada– mente: "Los santos también son hombres". Y lo primero que hace, para hablar de ellos, es quitarles la corona, y en la breve biografía que escribe de veintidós personajes, va colocando, al lado del nombre de cada uno, el adjetivo humano que lo caracteriza: recto, sincero, sabio, fanta– seador, taciturno, veloz, pacífico, agudo, generoso, opti– mista, apasionado, sencillo... , etc. Es decir, contempla a los santos como hombres y mujeres vistos y retratados en su ejemplar humanidad. No se puede perder de vista al ser humano que late en ca– da santo y donde la gracia de Dios no destruye la natura– leza. Y es precisamente en el cañamazo humano, hecho de sangre, apellido, ambiente social, valores síquicos, es– pirituales y morales, sentimientos, carácter, temores, va– lentías, sexo, sensibilidad... donde el espíritu de Dios va realizando la imagen de cada protagonista de la santidad. Todo, menos una leyenda dorada... Todo, menos un mi– lagro permanente de heroicidades que los aleja de noso– tros ... Cercanos, muy cercanos, como Cristo, que jamás se desposeyó de su naturaleza humana, y a quien ellos no han hecho más que seguir en el trabajo de cada día... Con estos se cruza usted diariamente por la calle. 223

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