BCCCAP00000000000000000000396

el hijo mayor, piensas que, la verdad, tu hijo no es tan malo, tan rebelde y comienzas a mirarlo como antes. Un día alguien nos dice: "¿No sabes? La conversación que tuviste con fulanito, dio resultado". Y nosotros que creíamos haber intentado lo imposible, coger higos de los espinos, sonreímos complacidos. . . Un día... Sí. .. Un día alguien nos dice la palabra más insignificante de ánimo, y la vida vuelve, recomienza, se recrea con nuevo vigor, brota con mayores bríos. Enton– ces el trabajo, nuestro carácter, la familia, la profesión, el entorno que nos rodea, ya nos parece pasable, estimable, acaso óptimo... Dicen que algo parecido le ocurrió a un grupo de obispos españoles en Roma. Tal vez estos obispos lleva– ran la cara larga al hacer la visita al Papa. Un ·obispo ha de considerar como obligación tener siempre la cara ale– gre. ¿Qué sería de la Iglesia con obispos tristes? El Papa les dijo: "No seáis fáciles en dar por supuesta la descris– tianización de vuestras comunidades que cuentan con re– servas morales vivas, las cuales requieren, eso sí, cultivo intenso, pero son siempre susceptibles de nueva floración de vida cristiana... ". Como si les mandara el Papa: "Sres. obispos, metan ustedes la mano en el hogar que creen apagado. Quémen– se la mano. Hay fuego debajo de la ceniza". Necesitamos que nos afirmen desde fuera, -solos, no~ que nos traigan a la memoria el valor de aquello que cada día compartimos o hacemos. Tal vez sea una necesidad psicológica, espiri– tual, que nos vengan a decir desde la calle "que nuestra familia es buena", "que nuestros hijos no son unos gol– fos", "que nuestro trabajo no es tan ineficaz", "que nuestro carácter no es el peor", que nuestras palabras no han sido inútiles, para que pensemos: ¡pues es verdad.. ! Y comencemos a soplar la brasa y a espantar el pajarraco del pesimismo. 16

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz