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felices sin ser ricos, realizando en sí mismos una vida de alegre pobreza. Bebían el agU;a de los arroyos, comían el pan de limosna, ayudaban en las tierras a los campesinos, predicaban por caminos y ciudades la paz y oraban en cualquier sitio. No hacían provisiones de ninguna clase para el día siguiente, confiaban en la beneficencia y gene– rosidad de Dios. Así fundó la Orden alegre y pobre de los Hermanos Menores. Daba más importancia al sentimiento y a la emoción que al discurso. El y los suyos viajaban de pueblo en pue– blo, cantaban en las plazas la fraternidad de todos los hombres y contaban el Evangelio con brevedad de pala– bra al estilo de Jesús. No tenía teoría religiosa. Todo lo hacía vida. Y se emocionaba con la paternidad de Dios, que contemplaba derramada, por amor, en los seres como bondad, como bien, como sumo bien. A cada criatura, desde el gusano hasta el sol las llamaba "Hermanos", y, todos juntos con el Hermano Mayor Cristo y el hombre, formando la fra– ternidad universal. Así lo cantó en un bellísimo poema que es la primera joya de la literatura italiana y que tituló "Cántico de las Criaturas" o "Cántico del Hermano Sol". Y que comienza así: "Loado seas, mi Señor, por todas tus criaturas, especialmente por el hermano sol... ". Con él aparece en la Iglesia una nueva imagen de Cristo, más cercano, humilde y sencillo. Lo celebra y crea la representación de los Belenes y acerca su cuerpo dolori– do en la Cruz, a los dolores del pueblo. "Qué alegria te– ner tal hermano", dice. Su persona cambió la Iglesia, la sociedad y el arte. Y el que se calificó a sí mismo "ignorante y pobrecillo", lla– mado sólo a cantar la paz y el bien por los caminos, sigue siendo el hombre a quien el mundo mira como referencia esperanzadora. No murió. Vive todavía después de ocho siglos. Es San Francisco de Asís. 157

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