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ce como símbolo de promesas: contemplamos horizontes con ocasos y salidas del sol temblando sobre el mar. Leja– nías en azules y naranjas. Campos llenos demieses y cam– pesinos cantando... Cascadas y ríos de aguas limpias. "La hermana agua, útil, preciosa y casta", con trasfondos de música evocadora y la mirada se nos va río abajo, hecha también arroyo y azul. El agua no tiene enemigo. Es la más clara bendición de Dios. Las elecciones traen también, un derroche de flores. La rosa preside escenarios, mesas de políticos y es ofren– da preferida. Quien ofrenda flores parece que no puede ser agresivo. El escritor inglés Shakespeare advertía: "No golpees a nadie ni con una flor", haciendo así de la flor algo esencialmente delicado. El aire se llena de globos multicolores y de palomas blancas. Los políticos derro– chan besos y acarician niños. Vemos niños jugando, co– rriendo titubeantes hacia la lejanía imprecisa... Nadie le podrá negar acierto a quien dijo que "la paz y el porvenir del mundo comienza en el cuarto de los niños... ". ¡Qué bonito todo! Pero nuestros políticos tienen que pedirnos perdón. No sólo a las flores, al agua, a las palo– mas y a los niños. A todos. Parece imposible, teóricamen– te hablando, que quienes manejan tan bellos símbolos, puedan juntar a ellos el insulto, la burla, el desprecio, el cinismo y la ofensa. El pueblo español asiste a este asom– bro, sereno y expectante. Los políticos nos deben un de– sagravio. Jesús de Nazaret, indiscutible para creyentes y no creyentes, advirtió que la palabra es siempre operativa en la intención: "No llames imbécil a tu hermano, porque te constituyes reo". La maldición y el insulto son un miste– rio de eliminación. Igualmente que la alabanza y la bendi– ción son un misterio de elección. 154
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