BCCCAP00000000000000000000396

Cuando a mí me hablan de 400 kilómetros a pie. O tener que trepar por cerros lle\rando a•Jas espaldas el ce– mento para construir las casitas del poblado indígena. O de la misionera que espera cada semana la hostia consa– grada traída en avión hasta la altiplanicie para poder co– mulgar; o del que lleva cuarenta años en el cogollo de la. selva y lo único que desea ya es que le entierren debajo de un palmera, porque tiene los brazos cansados pero no el ánimo... , instintivamente miro a la "mediocridad" en la que vamos escribiendo nuestra propia vida por estos pa– gos. ¿Qué sabemos nosotros de la "misión viva"? Ese "gastarse y desgastarse", por el Reino de Dios y por el bienestar humano de los otros; Ese llevar el pan antes que las bienaventuranzas. Abrazar la piel del indio, vivir al borde del río con lo más elemental: la choza, el cielo, el agua, la selva, la canoa y .el sol o el erial y la soledad... El año 1984, el Presidente Felipe González pasó unas bonitas vacaciones con sus hijos en Venezuela, desde la isla Orchila a la altiplanicie de la Gran Sabana. Allí tomó contacto con los misioneros capuchinos españoles. A su vuelta a España, David, su hijo pequeño, dijo en Televi– sión: - "Lo que más me ha impresionado es la vida de los misioneros entre los indios". Había encontrado unos héroes de verda<;l. Tipos más valientes que los de las películas. Ellos han creado pue– blos y ciudades, construido casas, iglesias, cooperativas, centrales, serrerías. Han enseñado la lengua castellana a los nativos; pero antes han aprendido los dialectos indíge– nas, recogido sus cuentos y leyendas, sus tradíciones y folklore, sus historias y costumbres. Han creado gramáti– cas y diccionarios de sus dialectos ... Y han. ~ido y son a la vez, agricultores, ganaderos, arquitectos,. peones, maes– tros, evangelizadores ... 121

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz