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tar de la gesticulación a la grosería y a la blasfemia. No vale el razonamiento. Tampoco el de los que dicen que es cosa de pueblos de mucha fe. Difícil de comprender. Dejémoslo en signo calamito– so de quienes no han alcanzado el nivel suficiente para vivir con decencia en sociedad. El abandono de los princi– pios morales y religiosos hunde a un pueblo en lo prosai– co y vulgar, en su propia destrucción. Pero abra la venta– na y mire cómo la rompe la aurora, cómo tiemblan los árboles o cómo se pone el sol y cuánta limpieza hay derra– mada por el universo. Todo está armonioso en el univer-, so, pero alguien, el hombre, puede desentonar. El hermano Francisco de Asís, murmuraba jadeante a Fray León, su secretario: - "Dime que Dios es infinita– mente misericordioso, si no mi razón sucumbirá". 104

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