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que ésta se atenga exclusivamente a programas negativos: no hacer esto o evitar lo otro. Dios sin duda alguna, tie– ne derecho a esperar no poco de vosotras... Las palabras del Padre eran fuertes. Las jóvenes más inteligentes y sensibles quedaron impresionadas. En la corta pausa que se produjo, el espíritu de Josefina, el de María de la Gracia, el de Consuelito... empezó a preguntar– se con seriedad: ¿Por qué y para qué Dios me habrá pues– to a mí en el mundo? ¿A mí, que no significo nada para muchísimas personas? ¿Por qué me ha hecho vivir precisa– mente en estas circunstancias de tiempo, lugar y ambien– te, que yo no puedo cambiar?... ¿Represento yo algo en la suerte de otras almas, algo en los destinos del género humano?... ¿Me habrá Dios asignado alguna misión o ta– rea que realizar durante el tiempo de «mi peregrinación»? El P. Fidel seguía hablando: «La noche en que había de ser entregado, Jesús pronunció las palabras más be– llas que se han oído jamás en nuestro pobre mundo... ; y hablando con su Eterno Padre dejó salir de sus labios esta confesión preciosa, que es el más acabado elogio de su vida: « Yo te he glorificado en la tierra; he realizado la obra que me tenías encomendada» (Jn., XVII, 4). Pala– bras que muestran una relación maravillosa con las que dijo al día siguiente, ya con labios moribundos, desde la Cruz: «Consummatum est = Todo está cumplido» {ibi– dem, XIX, 30). »Nadie, pues, se atreverá a poner en duda que Jesús trajo al mundo, señalada por el Padre Eterno, una mi– sión o tarea... Pero yo pregunto: En escala inmensamente inferior, ¿no tendremos también señalada todos los de– más una misión que cumplir aquí abajo? »San Pablo, el infatigable evangelizador de gentiles, escribía desde las cárceles de Roma a su discípulo Timo– teo: « Yo me estoy ya disolviendo, y el tiempo de mi par– tida se acerca. Me he portado como bueno en el combate; acabo ahora mi carrera; he mantenido la fe... Sólo me queda ya el recibir la justa corona... » (II, IV, 7-8). Todos pueden sentir en estas frases la satisfacción victoriosa de quien ha llevado a feliz término la difícil obra encomenda– da. »Y yo pregunto de nuevo: ¿No tendremos también nosotros una obra que cumplir mientras dura nuestra «ca- 72

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