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A las nueve menos veinte minutos de la mañana del primer jueves de mayo estaba él en la antesacristía ha– blando con un joven pelirrojo, que llevaba gafas sobre una nariz prominente, y era de mediana estatura. Había puesto sus ojos precisamente en aquel chico, porque le veía asis– tir todas las semanas a la misa de los Jueves Eucarísticos, que se celebraba siempre a las ocho, y esta asiduidad, en el invierno sobre todo, decía mucho a su favor; máxime, teniendo en cuenta que él vivía casi al otro extremo de la ciudad. Existía además otra razón muy poderosa para ha– berle llamado precisamente a él, y era la de que el P. Fidel de Peñacorada no conocía a ningún otro muchacho de quien poder servirse. El pelirrojo, que nunca se había visto ni hablado con el Padre, sintió algún desconcierto cuando éste le avisó por medio de un monaguillo para que pasara a tratar con él de un asunto. No había tiempo para muchas explicadones, pues el muchacho (que se llamaba Martín Bosque según dijo) te– nía que estar en su oficina a las nueve (Por el cami– no, desayunaría, como todos los jueves, con el bocadillo que le habían preparado en casa). El P. Fidel explicó apre– suradamente algo de sus intenciones y proyectos..., y tales proyectos e intenciones no parecieron entusiasmar gran cosa a su interlocutor... , quien con frases a medio acabar y gestos bastante expresivos, aunque amables, dio a en– tender sus fundados temores de que no se llegara a nin– gún resultado práctico en aquello que el Padre intentaba. Los pocos muchachos piadosos que él conocía estaban ya inscritos en alguna asociación juvenil de tipo religioso, principalmente en la Acción Católica (él mismo llevaba en la solapa su bien conocida insignia de la cmz verde), y en general, no daban pmebas de tener verdadero espíritu mi– litante, sino que se mostraban más bien flojos y mtina– rios. .. En cuanto a otros jóvenes que él veía en la ofici– na del I. N. P., y por la calle..., era mejor no hablar. En fin, él estaba ca.si seguro de que no se conseguiría nada; mas, por darle gusto, trataría de hacer algo, hablando con unos y con otros, a ver si el segundo domingo de ma– yo por la tarde podía presentarse con un modesto gmpito. El P. Fidel quedó de la entrevista poco confortado; pe– ro no pesimista ni alicaído. Quizá el muchacho exageraba 70

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