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y suavísimo alivio para la vida íntima, siempre en tensión, de aquellos jóvenes estudiantes, que no conocían en sus jornadas porción alguna de esos alicientes y satisfacciones que la pobre naturaleza no se cansa de buscar y apetecer. Aquellos muchachos, con sus 20, 22 ó 25 años, habían de vivir - voluntariamente lo habían escogido - de es– paldas a muchas cosas. En su programa no tenía lugar «el disfrute», sólo contaba «el servicio»: de momento, só– lo para Dios; posteriormente habría que atender también a las almas, pero siempre con la mira puesta en Dios. ¿Qué eran, o debían ser, en realidad sus días? Esfuerzo mental y esfuerzo ascético; apartamiento de las diver– siones sin las que el mundo «no puede vivir», y renuncia perseverante a ensueños demasiado humanos; aislamien– to en cuanto al trato y aislamiento también sentimental..., sin otra vía de escape para su afectividad juvenil que el ir de veras hacia el Amor de los amores. Pero en los atardeceres de mayo podían hasta soñar cosas muy bellas en honor de María, «Madre del Amor Hermoso» y de la «Santa Esperanza»... ¿No era aquello un alivio inefable para la terrible capacidad de ilusión que suele haber en las mejores almas juveniles? Por eso sonaba tan bien en los oídos de los estudiantes teólogos de San Francisco de León, el tañer de la campana convocando todas las tardes al ejercicio piadoso del Mes de las flo– res. Después de luchar durante todo el día con los casi siempre áridos libros de texto, latinos y castellanos, ¡ qué dulce era encontrarse reunidos frente a un altar bien lle– nito de flores - cultivadas precisamente por sus ma– nos de estudiantes -, y ver que en medio de ellas, y mirándoles invisiblemente a ellos, se mostraba llena de encanto la Virgen-Madre, flor maravillosa de nuestra la– mentable tierra humana! Allí se oraba con gusto, y se escuchaban confortantes lecturas, y se cantaban cosas transidas de una poesía inexplicable: « Venimos a ofrecerte las flores de este suelo... » «Es más dulce tu nombre, María, que el arrullo de tierna paloma; es más suave que el plácido aroma que en su cáliz encierra la flar... » «A cantar los más gratos loores a la Reina del Cielo, venid... En mayo, si la rosa, de los jardines gala... » 68
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