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para/ vida nuestra se decide lo que ha de ser nuestro vivir del maiíana, del mmiana eterno». El P. Fidel se detuvo en su paseo y en su discurso imaginario: un fenómeno bello e insignificante había atraí– do su atención. Los frutales en flor estaban dejando caer una blanca lluvia. Se había levantado bastante viento, y de las ramas sacudidas se desprendían multitud de flore– citas que ya habían cumplido su misión.... Era aquélla la lluvia más exquisita que pudiera uno imaginarse: in– numerables pétalos diminutos y tenuemente perfumados iban dando a la ordinariez del suelo leves toques de gracia. «Como el almendro florido has de ser en los rigores: si un duro golpe recibes, suelta una lluvia de flores»; y pensó que todo aquello podía servirle estupendamente para concluir por la tarde su lección sobre la vida a las jóvenes: « Ya que estamos en abril, y que la vida joven se cuen– ta por abriles, procurad hacer vosotras lo que los árboles florecidos en abril. Ellos no pueden dar aún su fruto, pe– ro ofrecen ya a la tierra algo más bello, aunque menos útil que la misma fruta: la lluvia de sus pequeños y mara– villosos pétalos. Vosotras, por la edad, no estáis ordina– riamente en condiciones de ofrecer aún logrados frutos de virtud y apostolado; pero sí podéis pasar ya por el mundo - hacer vuestra peregrinación - esparciendo aro– mas de elevados sentimientos, dejando caer pequeñas flo- 1ecillas de palabras y de actos, que sirvan para poner un poco de cielo en la oscura vulgaridad de muchas al– mas. Hacedlo así, y el Señor que ha creado la primavera y «alegra vuestra juventud», os dará algún día el premio de amor y felicidad imperecedera reservado para quienes, con la más humilde sencillez, hayan ido dejando por la vida una estela de invisibles pétalos de obritas buenas que nunca podrán marchitarse». 5. - Témporas ... 65

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