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mna que no puede «ser como las demás», porque piensa demasiado, y siente muy hondo, y sueña con nadie sabe qué cosas... ; el distanciamiento y la incomprensión de los demás, que van acentuándose con la adolescencia; no puede intimar con las que son compañeras suyas y po– dían llegar a ser sus amigas porque a ella le parecen ton– terías y cosas sin sustancia las que a lo mejor entusias– man a las otras, y «las otras» no pueden comprender qué es lo que quiere y qué es lo que sueña ella: «Pues, hija, ni que fueras una princesa. No sé qué te habrás creído... ; nadie te entiende, y el mundo parece pequeño para ti... Ya se te bajarán los humos»; ella se va retrayendo cada día más y se refugia en sus sueños y en cierto sentimiento de superioridad orgullosa; «las otras» la miran con crecien– te desvío, o quizá con resentimiento, y le proporcionan pequeños pinchazos para hacerle así pagar los pequeños triunfos que ella obtiene... Todo esto había ocurrido en un pueblo de la provin– cia, donde su padre estaba de maestro. Pero llega el día suspirado: Josefina, que apenas ha salido de la adolescencia, acaba de ganar un buen puesto de oficinista en cierto Ministerio de Madrid. Aquello le pareció maravilloso y la acabó de convencer de que ha– bía nacido para grandes cosas... : ¿no empezaban ya, por decirlo así, a realizarse sus sueños? Un vivir vulgar y oscuro ¡ que se quedara para aquellas compañeras suyas que no podían aspirar a nada! Su inconsciente orgullo saltaba de satisfacción: ¡la envidia que la iban a tener todas..., que la verían partir, quedándose ellas en el pueblo! Ya en Madrid, no tardaron en empezar las amargas decepciones... Pero de todo esto y de cómo su salud se fue resintiendo seriamente, y tuvo que regresar a casa de sus padres, que ya vivían en León... le hablaría más despa– cio otro día. El P. Fidel había escuchado con enorme atención el relato de aquella pobre y singular criatura. Ahora, en su paseo por la huerta, lo recordaba todo muy bien. Le pa– recía estar escuchando su voz, y sentir aún la desacostum– brada hondura de su alma a través del mirar de aque– llos ojos grandes, oscuros, tan llenos de interior vida. Ella, al despedirse, le había rogado que la tuviese un po- 63

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