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severo y limpio ... El P. Fidel se acordó de la jota leonesa, que en sus años de Filosofía había oído cantar muchas ve– ces a un Hermano lego, natural de la ribera del Torío, que la había bailado no poco en su primera mocedad, antes de entrar en el convento: "Cuando pasan por León el Bernesga y el Torío, a la Virgen del Camino le piden la bendición». Era algo melancólica su música, pero se adueñaba del más íntimo sentir con un especial encanto. «Hay flores de pan y vino por las vegas de León; pero su mejor florón es la Virgen del Camino». El P. Fidel miraba y soñaba... Allí, muy cerca de la marcha del tren y en dirección contraria, se deslizaba el exiguo caudal de aguas del Bernesga. Iban camino de León; y el P. Fidel las miró con envidia, con envidia y con ter– nura: «Me da pena, hermanas aguas, que os hayáis de man– char antes de llegar a la ciudad querida... Si tal cosa os ocurre, purificaos pronto para estar en condiciones de re– cibir allá abajo la bendición de la Madre Dolorosa que vela por toda esta tierra desde su alto santuario. Y salu– dadla en nombre mío». El tren seguía su marcha. Santa Lucía: carbón y mineros por doquier. Ciñera... Villasimpliz: otra vez se purificaba el pai– saje, quedando en su pura gracia campesina; nada de negmras ni de humos : sobre las altas peñas el límpido azul de cielo. Villamanín: recuerdo de la excursión a Rodiezmo. ¡Ha– cía tan sólo un año ! Busdongo: recuerdo más próximo todavía. Dos meses antes, ¡ dos meses tan sólo!, había estado él por allí rodea– do de todos sus muchachos, en plena euforia juvenil y excursionista. ¡ Y qué solo venía ahora! Busdongo: ¡ última estación de su tierra leonesa! Allí 633

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