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Castro: allí había quedado ella... ¡ para siempre! ... ; mas no precisamente «ella», sino su pobre cuerpo, aguardando bajo el amparo de la santa cruz la resurrección bienaven– turada. Sobre aquella tumba querida, como había ocurrido sobre su propio vivir en León, irían brillando «las estre– llas de las noches de febrero», y soplando « los renovado– res vientos de marzo", y floreciendo la primaYcra de abril, que se engalana luego con las rosas de mayo y los vence– jos de junio... y Josefina no llegaría a enterarse de nada, porque todo lo de este mundo ya había pasado para ella. Mas Josefina estaba segura. Había hecho el viaje y llegado felizmente al punto de destino. En cambio, ¿qué sería de aquéllas y de aquéllos a quienes él había tenido que abandonar tan desconcertados en medio del mundo y de su juventud? María de la Gracia, Celia, «Azucena», Juli Mari... Dato Gómez, Negrete, Bosque, Gordón Vázquez... ¡ Cuánto pensaba en todos! Pero mejor aún que pensar en ellos había de ser el encomendarles a Dios. Y se dispuso a hacerlo : ahora el breviario era en sus manos algo más que un pretexto pa– ra no entablar conversación. Empezó las Completas de aquel día. Dicho rezo vespertino o crepuscular, rezo de final de jornada, de luz que se extingue, canto de postrimería an– te el ocaso del sol, no liberó de melancolía a su alma, pero sí le infundió dulce serenidad. Mientras tanto, el tren, dejada atrás la amplia y llana ribera - Santibáñez, Cuadros - donde el agua de riego producía milagros de fertilidad en tierras, árboles y pra– dos, se adentraba ya, algo fatigosamente, por las estre– churas y gargantas de la zona montañosa. No lejos de Pala de Gordón, el Padre Fidel, que se ha– bía puesto en la ventanilla para contemplar mejor a su tierra leonesa en aquel viaje de despedida, pudo ver a la orilla del río Berncsga, cabe un aislado santuario de la Virgen, una animada romería. Los vestidos multicolores de las chicas dabzi.n no poca gracia al verde uniforme de la pradera. Se oía claramente la música, pero ¡ qué desi– lusión l. estaban tocando los aires bailables, pegajosos y sensuales que en todas partes se venían imponiendo, y pa– ra todas las fiestas: ¿qué tendría que ver la Virgen con aquello? Además, «pegaba» tan mal en el hermoso paisaje, 632

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