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mental - corno forasteros que somos en este mundo, pa– sarnos brevemente por él, camino de la Eternidad biena– venturada -, otra idea complementaria y muy sugesti– va: nuestro andar así por el mundo tiene carácter de cosa forzosa, impuesta por Alguien para que podamos ex– piar y merecer, expiar por lo pasado, merecer para la Vi– da Futura. Y si en este mundo estamos «por imposición», y «lejos de la Patria», evidentemente este mundo es un «lugar de destierro»... Muchísima razón tenía quien nos llamó «desterrados hijos de Eva» y definió este mundo como un «valle de lágrimas». Sólo al llegar a este punto de sus reflexiones se dio clara cuenta el P. Fidel de que seguía lloviendo de ver– dad. No cabía duda: en aquella tarde de fines de abril, a pesar de todos los alborozos de una bien entrada pri– mavera, la naturaleza estaba cumpliendo al pie de la le– tra la definición que de este mundo había dado el obis– po gallego S. Pedro de Mezonzo, hacía ya muchos siglos, al dirigirse a la Virgen Santísima con el rezo de la pri– mera Salve. La naturaleza entera se mostraba bien em– papada en lágrimas de lluvia... Era aquello corno un llo– rar resignado, purificador y fecundo. V Las doce y media de la mañana siguiente, último día del mes de abril. El P. Fidel de Peñacorada acaba de dar su última clase y va ahora paseando por uno de los os– curos caminos de la huerta del convento: huerta amplia y de abiertos horizontes, excepto el ángulo noroeste en que se levanta el gran edificio cuadrado del Convento– Colegio de Teología y la alta mole de la iglesia. El camino por donde va el P. Fidel está - como casi todos los de– más caminos de la huerta - bordeado de árboles fruta– les: manzanos, perales, ciruelos..., y tiene un piso ne– gruzco a causa de la escoria de carbón procedente de la cocina con que lo han pavimentado más de una vez. Mañana radiante de luz y de buena temperatura esta última mañana de abril. El mes que sirve para contar 61

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