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nunca... Y, sin embargo, allá iba ya el Padre, alejándose más cada minuto; y allí estaban ellos, solos y desampara– dos... en el andén y en la vida. Fueron saliendo de la estación. Pero ¿adónde ir? No tenían ganas de nada. Con andar lento pasaron el puente sobre el Bemesga, y por evitar el bullicio de Ordoño II echaron por el «Paseo de la Condesa" arriba. Querían dar con algún sitio donde pudieran estar juntos, solos y tran– quilos. Al fin lo encontraron, aunque no era del todo a su gusto. Allí se dejaron caer sobre los asientos y empezó el de– sahogo de los sentimientos de cada uno, que venían a con– fundirse en un mismo sentimiento general: ¿por qué nos lo habrán llevado?, ¿qué vamos a hacer ahora? A lo largo de toda la tarde se fueron evocando hasta las cosillas más menudas de aquellos dos años y medio inol- 1: idables; años que ahora parecían sencillamente maravi– llosos y sin posibilidad de repetición... Aunque les envia– ran otro Padre para sustituir al P. Fidel, ya nunca podría ser igual... ¡Qué pena! Y a cada poco, alguien salía con la pregunta: ¿ dónde estará ya en estos momentos?... Habrá pasado ya La Ro- bla... Estará por Santa Lucía... Seguramente anda ya cer- ca de Pajares... El P. Fidel iba en su departamento con el pensamiento entrañablemente fijo en los que había dejado. Tan pronto como los hubo perdido de vista, sacó su breviario y se dis– puso a rezar... por ellos. Mas no podía recogerse: estaba -Jemasiado impresionado. Con todo, no cerró el libro; te– niéndole abierto, aunque no rezara, le era mús fácil e1:itar el habla o las preguntas de sus compañeros de viaje, y lo que él necesitaba era que le dejasen tranquilo con sus sentimientos y recuerdos. Todo lo de su estancia en León lo recordaba ahora co– mo formando una inolvidable aventura, que dejaría marca– da para siempre su juventud y su vida entera. Re1:ivía con extraña lucidez las cosas y las personas, desde aquella pli– mera Asamblea de la V. O. T. en un domingo de febrero, con el primer discurso de María de la Gracia, hasta la de– saparición de Josefina... ¡Josefina! ¡ Cuán entrañable se le hacía su memoria! Voló con el pensamiento al blanco cementerio de Puente- 631

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