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mantengan los que son malandrines en el obrar e inno– bles en el sentir». A la puerta de la estación aguardaba una lucida repre– sentación de las chicas y bastantes personas mayores. Y entre los que venían y los que esperaban se formó en se– guida un animado grupo rodeando al P. Fidel. Mientras alguien se ponía a la cola para sacarle billete, pasaron to– dos los demás a los andenes. El Padre Fidel se encontraba violento: por un lado sentía, hasta un grado difícil de ex– plicar, el separarse de todos aquellos a quienes amaba; y, por otro, estaba deseando que llegara cuando antes el tren por no alargar la penosa situación. Al fin, un estridente silbido, y el rápido Madrid-Gijón se dejó ver allá al fondo, avanzando a buena marcha. Ha– bían llegado los minutos de mayor nerviosismo... Las chi– cas besaban el cordón al Padre, a los chicos les daba él un cordialísimo abrazo... Paró el tren. Unos segundos de espera a que descen– diesen los viajeros que venían a León, e inmediatamente subieron Negrete y Dato Gómez a coger sitio para el Pa– dre. Detrás subieron también dos maletas y unos bultos (las chicas no habían sido parcas en llevar cosas: bocadi– llos, cajas de bombones, pastas... Lo difícil sería al bajar en Gijón con toda aquella impedimenta, pues el obsequia– do seguramente no probaría nada en el viaje). Los diez minutos de parada del tren se hacían extra– ñamente pesados; ni el P. Fidel, ya arriba, en la ventani– lla, ni los que aguardaban en el andén, acertaban a decir nada que tuviese interés o disminuyera la tensión, casi no hacían más que mirarse o tratar de sonreir. Por fin, el tren comienza a moverse... Ahora sí que es el final. El P. Fidel, más con los ojos y con las manos que con la voz, va diciendo el adiós definitivo a los suyos mientras los puede ver... Pronto el tren se curva en su acelerada marcha, y ellos desaparecen, y él también desa– parece. Todo ha concluido. No pocas de las chicas del andén tienen que lle,-arse el pañuelo a los ojos: también algunos muchachos están a punto de lágrimas, pero tratan de ha– cerse fuertes. El aturdimiento y la tristeza son generales. Todo ha ocurrido como un súbito despertar después de hermoso sueño. Parecía que «aquello» no había de llegar 630
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