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miento; pero hubo de cortar el hilo de sus reflexiones porque el tiempo apremiaba. Y lo cortó con verdadera pena: ¡ sugerían tanto aquellas pocas líneas paulinas ! Antes de cerrar el libro del Nuevo Testamento, quiso ver si aquello de la 2.• Epístola a los Corintios podía con• siderarse como algo perteneciente a una constante y per– fectamente delineada manera de entender el vivir, pro– pia de nuestros maestros en la fe, o había sido tan sólo algo «fuera de serie», algo que se ocurre de pronto y no se repite, parecido a un relámpago extraño que ilumina– ra por una sola vez la esclarecida mente del Apóstol. Y no tardó en recordar que el mismo San Pablo en su car– ta a los Hebreos... Sí; ¡ allí estaba! Capítulo XII, versí– culo 14: «No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la venidera». ¡Ah! Pero no sólo frases aisladas, como ésta del capítulo XII; en aquel otro hermoso capítulo en que habla de la fe de los antiguos patriarcas, podían encontrarse pruebas repetidas de có– mo S. Pablo tenía muy en el alma la idea de que nuestra vida presente es como un peregrinaje hacia Dios: «En la fe murieron todos ellos (los pratriarcas) sin haber alcanza– do personalmente las promesas, sino únicamente viéndo– las de lejos y saludándolas, y con/esando que eran extra– ños y peregrinos sobre la tierra. Los que hablaban así, daban a entender que andaban en busca de una patria. Y si se refirieran a aquélla de la cual habían salido, oca– sión tuvieron de retornar; mas la que pretendían era una mejor: la celestial» (XI, 13-16). También S. Pedro tenía presente la misma concepción de la vida. Había escrito a «los elegidos de la dispersión del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia», y con su acento de padre y pastor de toda la Iglesia les amone<;ta– ba: «Vivid, hermanos míos, con un temor santo duraute todo este tiempo de vuestra peregrinación; considerando que habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según las costumbres de vuestros padres, con la sangre precio– sa ae Cristo... Os ruego, carísímos, que como forasteros Y peregrinos en este mundo, os abstengáis de los apeti– tos carnales, que tanta guerra hacen al alma" (I Pet., I, 17; II, 11). En todos aquellos textos apostólicos podía fácilmen– te descubrir el P. Fidel, al lado del pensamiento funda- 60

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