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»Me gusta mucho Ponferrada, y me encuentro bien aquí. Como siempre, leo bastante, aunque ahora no tengo mucho tiempo libre. Y ¿sabe? Todavía no encontré «don– de posarme». Todavía está mi alma «vacía». ¿Será porque es profunda, como la de aquella Marta Blumen de quien usted me habló en cierta ocasión? Con todo, hay ocasiones en que siento como si pronto fuera a enviarle el dibujo del Arca, que usted entenderá perfectamente. »Me gustaría mucho consultarle ciertas cosas... Y en fin, volver a recibir sus cartas, que me daban esperanzas y ánimos, que me deseaban: «PAZ Y BIEN». »¿Me contestará? Yo siempre le recuerdo mucho, y le hablo a Fernando de usted. Luego, ya le contaré más cosas de mi vida. Hoy sólo quería saber si puedo contar aún con su amistad y su ayuda... »¡Ah! se me olvidaba. ¿No sabe que a veces me emocio– no recordando un cántico que oí en su iglesia, cuando aún iba algún día por ella? Decía así: «¡Oh Belleza, siempre nueva: tarde te conocí!... ,,No sé qué siento a veces recordándolo. Bueno, espero que me contestará pronto. »También espero y deseo que se encuentre bien y sea feliz, muy feliz con su Fe y su Paz. »Le recuerda y saluda Cannen del Río». El P. Fidel tenía la debida autorización para aguardar en Vigo los resultados del Capítulo, tomándose al mismo tiempo unas cortas vacaciones. En Madrid estaban ya reunidos todos los capitulares; y en todos los conventos de la provincia se esperaba para el día 5 de agosto un telegrama o una llamada telefónica con la noticia de quiénes eran los nuevos Superiores Ma– yores. El telegrama llegó a Vigo dicho día a la hora de la ce– na, v fue inmediatamente comunicado a la comunidad. Hubo para comentar en el recreo de aquella noche y en las horas del siguiente día... El P. Fidel empezó a ver oscuro el horizonte. Sin embargo, aún no podía asegurarse que iba a ocu- 621

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