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»Pero tampoco somos feministas. No entendemos que la manera de respetar a la mujer consista en sustraerla a su magnífico destino y entregarla a funciones varoniles. A mí siempre me ha dado tristeza ver a la mujer en ejer– cicios de hombre, toda afanada y desquiciada en una ri– validad donde lleva - entre la morbosa complacencia de los competidores masculinos - todas las de perder. El verdadero feminismo no debiera consistir en querer para las mujeres las funciones que hoy se estiman superiores, sino en rodear cada vez de mayor dignidad humana y social a las funciones femeninas» ... El P. Fidel fue haciendo un comentario bastante bue– no de estas palabras joseantonianas, tan cargadas de con– tenido, y se detuvo luego muy complacidamente en des– entrañar otras no menos enjundiosas que seguían: «Si hu– biera que asignar a los sexos primacía en la sujeción a una de las dos palancas - el egoísmo y la abnegación - que mueven a las personas, es evidente que la del egoís– mo correspondería al hombre y la de la abnegación a la mujer. El hombre - siento, muchachas, contribuir con esta confesión a rebajar un poco el pedestal donde acaso lo teníais puesto - es torrencialmente egoísta; en cambio la mujer casi siempre acepta una vida de sumisión, de servicio, de ofrenda abnegada a una tarea». - Ahora - dijo el P. Fidel a sus oyentes - vosotras podéis cumplir estupendamente este programa de abne– gación, porque estáis en la plenitud de la ilusión y los entusiasmos. Es la hora hermosa de vuestra vida. Sois fuertes, bien preparadas y generosas. Y como entendéis el vivir con filosofía de «servicio», no de «disfrute», esta vuestra hora de plenitud irá pasando en fiel dedicación a las mejores empresas, «por Dios y por España». »Mas llegará fatalmente el ocaso... Es triste pensar que pueda Yenir. Pero vendrá. También aquel olivo can– tado por Pem{m encontró, después de una existencia pró– diga en beneficios, su final lamentable, aunque singular– mente generoso y digno: «Y al fin, cayó... Sus ramas retorcidas, pródigas hasta el fin, ennegrecidas entre un montón de leños y de abrojos, aún dan en este ltogar luz a mis ojos 617
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