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cas veces había asistido a un orar en común que resulta– se de tan alta calidad. Si con aquel orar no se serenaba el aire, serenábanse ciertamente, y mucho, los espíritus. Bajo las banderas que se agitaban más cada minuto al viento de la tormenta, y con la música de fondo de los truenos que por unos segundos llenaban de resonancia es– tremecedora los ámbitos de aquella naturaleza bravía, re– sultaban sin par las oraciones crepusculares señaladas por la Iglesia a sus clérigos y religiosos para el fin de cada jornada: «A Ti, Creador del mundo, pedímoste al fin del día, que con tu piedad de siempre nos guardes y nos defiendas». Hasta las más asustadas con los truenos y relámpagos sentían al cantar e,-to un toque de serenidad en el mando btcrior de su persona: ¿no era amoroso Padre suyo, aquel omnipotente Señor que está por encima de todas las tor– mentas y ante cuya majestad nada significan todos los elementos desatados? Sentíanse cobijadas por su ternu– ra, a cubierto de todo riesgo. También las habitualmente miedosas, para quienC's el silencio y las tinieblas de la noche están siempre pobla– dos de sustos, de aprensiones, de fantasmas, de peligros, encontraban tranquilidad y confianza en el rezo de las Completas: «Huyan nocturnas imágenes, fantasmas de sueños malos, y el enemigo que tiende sus redes entre las sombras. ,,con nosotras estás, Señor, y sobre nosotras 11a sido mvocado tu santo nombre: no nos abandones, Señor, Dios nuestro. "En tus rnanos, Señor, ponemos nuestro espíritu. "Guárdanos, Sefwr, como la pupila de tus ojos y re– cógenos bajo la protección de tus alas. »Oración: Rogámoste, Sefior, que vengas a esta nues– tra morada y ahuyentes de ella todas las asechanzas del enemigo: habiten en ella tus santos ángeles para guar- 615

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