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De cuando en cuando, el silencio de la exigua capilla era turbado por el sordo y aún lejano fragor de los true– nos. Algunas se estremecían ligeramente, y se tapaban los oídos, y ponían más fuerza en sus rezos, mirando suplican– te,, al altar: tenían mucho miedo a las tormentas. El P. Fidel pensaba que todo aquello de los truenos y relám– pagos podía ayudar a más de una en el dolor de sus peca– dos; las chicas eran buenas - algunas muy buenas - y sabían hacer bien las cosas de Dios, pero el aparato de la;, tormentas parece comunicar siempre a los hombres, y más quizá a las mujeres, una fuerte vivencia de la majes– tad omnipotente del Altísimo, en cuyas manos estamos y a quien tan ligeramente ofendemos. Hubo que intern1mpir las confesiones antes de des– pacharlas a todas. La tormenta tenía visos de resultar muy seria y estaba ya bastante próxima, por lo que no se podía diferir el acto tan importante de arriar banderas. Formadas todas las chicas a la entrada del albergue, se empezó el rezo de la tarde, el canto de las Completas. Aque– llas muchachas, purificadas a fondo sus conciencias y qui– zá movidas también por el miedo de los truenos y relámpa– gos, cuyos estampidos y fulgores llenaban ya el horizonte, or:iban en forma ejemplar, cantando admirablemente en gregoriano las preces litúrgicas del atardecer: « Una noclw tranquila y un final perfecto nos conceda el Seiíor, Dios omnipotente. Vuélvete hacia nosotras, Se11or, y aparta tu indignación de nosotras». Los versículos del salmo 90 resultaban allí particular– mente hermosos: - El que se acoge al amparo del Altísimo, descansa– rá bajo la protección del Dios del cielo. - Dirá al Señor: Tú eres mi defensa y mi refugio; mi Dios, en quien esperaré. El te cubrirá con sus alas, y confiadamente vivirás bajo sus plumas. -- Su verdad te protegerá como un escudo, y no te asustarán los miedos de la noche... El P. Fidel escuchaba y contemplaba embelesado: po- 614

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