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que pasa luego mansamente bajo los puentes de León. Allí se comió con la satisfacción, bullicio y camaradería que son inseparables de tales actos... Y de sobremesa, cantos, cuentos y recitaciones. El P. Fidel animaba y aplaudía todo aquello; y des– pués de un buen rato, quiso poner un número final pro– vechoso, porque no todo iba a ser diversión, aunque se tratara de la más honesta: - Vamos a ver, amigos : aquí cerca tenemos una fuente ... - ¡ Y bien rica que está el agua! - dijeron algunas. - Sí; pero no tanto como el vino - observó, entre las risas de casi todos, uno bastante aficionado a levantar la bota. - La una y el otro son dos cosas buenas y que mere– cen mucho respeto; pero yo quería llamaros la atención sobre ese manantial próximo, pues me parece que los manantiales son de las cosas más preciosas que nos pue– de ofrecer la naturaleza. ¿Quién está dispuesto a recitar cualquier bella poesía dedicada a un manantial? La pregunta cogió de sorpresa y nadie se levantó a hacer lo que el Padre proponía. - Bueno; si no se atreve nadie, lo haré yo. No debo de tener mucha gracia como recitador, pero vuestra be– nevolencia, como solían decir por ahí los oradores, su– plirá mi falta de gracia. Así que, ¡ vamos allá! »Uno de los más famosos escritores rusos ha sido León Tolstoi; su nombre quizá resulte extraño para al– gunos, no así para estos bachilleres y « bachilleras» que han tenido o tienen que andar a vueltas con la Historia de la Literatura. León Tolstoi escribió novelas muy leídas - algunas condenadas por la Iglesia - y también en oca– siones se puso a hacer versos; pues bien: entre sus com– posiciones poéticas hay una singularmente bella que vie– ne muy a propósito en esta circunstancia: «Entre espadafzas, mirto y romeros, en calurosa tarde estival, lzicieron alto los tres vza¡eros junto a las aguas del manantial». »Ya veis con cuánta sencillez y economía de palabras 611
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