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¿Por qué, oh Dios, por qué te la has llevado?» El P. Fidel, al entrar en su convento, esquivaba todo encuentro con religiosos, por no tener que hablar. Ya en su celda, se dejó caer en una silla. No tenía ganas de nada. Estaba demasiado triste... Lo mejor sería ir al coro a pedir por la querida di– funta. Pero antes de salir se quedó mirando al recordato– rio que se había hecho de ella: un alma, simbolizada por hermosa joven vestida de túnica blanca y apretando con– tra el pecho una pequeña cruz, iba subiendo espinosa pen– diente hacia la cumbre, donde, envuelta en claridades, parecía abrirse la puerta del paraíso; la mirada de la jo– ven estaba clavada en lo alto... Al pie de la estampa se leía el nombre y apellidos de Josefina, y debajo esto: «Era como una flor, cuyo aroma pet'fumaba toda la casa. El Señor ha querido llevársela antes que algún viento abrasador pudiera marchitar su hermosura». 603

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