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los más fervorosos momentos de la vida espiritual con ser «mártir de amor y de dolor», no debe de costar demasia– do a una joven pura y entusiasta; pero serlo al pie de la letra..., ya debe de resultar otra cosa. Josefina pasaba horas de agonía cuando la tos estre– mecía su pecho, o el corazón, en su desordenado funcio– nar, se entregaba a las más alocadas agitaciones. Sentada entonces sobre el lecho, sostenida por los almohadones y el brazo derecho de su madre, incapaz de hablar, sudorosa la frente, con una de sus manos en otra de su mamá, apa– recía como la viva imagen del dolor. Lo que ella quisiera decir en tales momentos al Señor, sólo podía decírselo con la mirada, o besando dulcemente el pequeño crucifijo que le acercaban a los labios. Algún día llegaba a verla el P. Fidel cuando ella esta– ba en esas crisis. Al verle entrar, trataba de sonreír... Uno de esos días, se le acercó el Padre, cariñoso, diri– giéndole especiales palabras de aliento y de consuelo. Jo– sefina dio a entender como pudo que quería decir algo; y el Padre se puso a su cabecera, inclinándose para oírla mejor. - Padre... ayú de me... un poquito... Sufro mucho. No pudo seguir. Sus ojos se nublaron de lágrimas. También el P. Fidel sufría: era horrible ver a aquella criatura, que le pedía ayuda como una niña suplicante, y sentir toda su incapacidad para socorrerla. Como pudo, empezó a decir : - Josefina... sólo Dios puede ayudarte... Los hombres no servimos para nada... Sólo nos queda rezar. Y cayó de rodillas, conmovido. Las personas de la fa. milia le imitaron: como pocas veces se reza en la vida, se rezaba allí entonces. Los ojos de la enfermita se habían vuelto suplicantes a la imagen del Sagrado Corazón... Pocos días más tarde recibió Josefina los últimos Sa– cramentos. Y se ll~ó al 29 de junio, fiesta de San Pedro y San Pablo. Los leoneses y muchos forasteros andaban en mul– titud por las calles, celebrando una de las fiestas más rui– dosas de la ciudad: mientras tanto, allí mismo, en una casa cualquiera, una joven leonesa, que por lo físico y lo moral bien podía considerarse como una honra de sus paisanos, estaba ya en las últimas, atenazada por el dolor. 596
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