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- Mira, pequeña: lo que yo siento en estos momentos sería muy difícil de explicar; es mejor que lo sepa Dios sólo. Si me fuera dado hacer un milagro, ¡ con qué gusto lo haría en favor tuyo! Mas también pienso que allá arri– ba serás inmensamente porque todos te mimarán... Aquí abajo has sufrido demasiado. - Demasiado, no sé; algo, sí. Al poco tiempo: «Lo que más pena me da es ver que me marcho sin haber hecho por Dios nada que valga la pena en el mundo... ¿No le parece extraño que Dios con– ceda una vida, para cortarla luego tan pronto?» - Cuando se va a coger flores, no se cortan las que ya han cumplido su desarrollo y están sin pétalos y sin co– lor: se cortan las que acaban de abrirse, las que tienen su fragancia y su frescura sin usar. Josefina se venía mostrando desde el comienzo de su forzado reposo un modelo de enferma: paciente, callada, nada exigente, cuidadosa de no causar molestias a nadie... Y esto, hasta en sus días peores, cuando al malestar físico se juntaban luchas y sufrimientos del alma. Mas a partir de esa fecha en que el Padre le habló con tanta claridad sobre su situación, empezó a reflejarse en toda su persona una sobrehumana serenidad. Era como si, llegada al Cal– vario, y puesta en Cruz, no hubiera ya que pensar en ba– jar de allí, sino armarse de fe y confianza en Dios para aguantar santamente las horas de agonía que faltaban has– ta la final liberación. Se había olvidado de ella misma; ya sólo buscaba que la ofrenda de su vida y la aceptación de su muerte resultasen plenamente gratas a Dios y prove– chosas para las almas. Ahora sí que podía decir ella como Rosa María: « Y quiero dar en amores cuanto mi espíritu encierra; y deshacerme en sudores, para que al dar en la tierra, produzca la tierra flores». Pocos se daban cuenta de que, a pesar de aquella su serenidad y sus esfuerzos por sonreír, la pobre criatura es– taba sabiendo de verdad lo que es un «martirio». Soñar en 595

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